No con el mejor de los ánimos sigo viaje, ya tenía los vuelos y el coche y el hotel reservado, así que por lo menos no hay que pensar. Hemos dejado la furgoneta sin novedad y ya la echo de menos a pesar de lo que me hizo sufrir con el viento, es una gran manera de viajar con libertad.
Volamos a Melbourne con Tigerair, económico y eficaz, mucho mejor que Jet Star y con un asiento como Dios manda. No recogen los de la compañía de alquiler y directos al hotel en Geelond. Está como a 80 km de Melbourne y ya está al principio de la costa. Nos quedamos en un hotel que parece el de los malos de las películas americanas, donde siempre se ocultan los sospechosos. Pero no se está mal.
La Great Ocean Road empieza al siguiente día, no me quería ir de Australia sin hacerla. Es uno de esos viajes en coche que siempre tienes en la cabeza, seguro que por la influencia anglosajona pero es una ruta de la que sé hace mucho tiempo y estaba en la lista de pendientes.
La verdad es que casi no sé demasiado de ella y lo primero que me sorprende es su historia. Se hizo después de la Primera Guerra mundial para unir los pueblos costeros pero sobre todo para dar una ocupación a los soldados que volvían del frente, más de 3000 trabajaron aquí durante años, abriendo la carretera entre las rocas de la costa.
Paramos en el primer pueblo de la ruta, Torquay, donde la gran atracción es el museo del surf. Obviamente me lo salto, una de las turistadas anglosajonas de la zona. Pero si me acerco a las playas surfers donde parece ser que empezó la práctica de este deporte. La costa es espléndida, y hay un montón de gente flotando en tablas de surf, aunque muy pocos o ninguno realmente de pie encima de una ola. La más famosa se llama Bells Beach pero no es ni mucho menos de las más bonitas.
Seguimos por la costa hasta Anglesea, otro pueblo turístico costero. La playa es también estupenda pero aquí nos acercamos a ver a los canguros que por lo visto son famosos en la zona, y tienen la costumbre de andar por el campo de golf. No los vemos, pero los buscamos poco, nos hinchamos a ver canguros en Tasmania. Pero si paro a entretenerme con las docenas de cacatúas que comen al lado de la carretera sin inmutarse ante mi presencia. Son cacatúas de cresta dorada con un penacho que abren con un abanico de vez en cuando.
Nos asomamos a ver un faro muy fotogénico, blanco y rojo, al pie de un verde intenso de matorrales y asomado a los acantilados de la costa. Verdaderamente bonito y salvaje, y organizado como todo en Australia. Las casas apenas sobresalen de los árboles.
Paramos en Lorne, quizás el pueblo más famoso de la ruta, bonito por la playa y el entorno más que por el pueblo. Tiene una playa muy larga y tranquila, y aun paramos a comer dos veces, la segunda solomillo a la barbacoa, el gran invento australiano. Las vistas para una comida de campo son grandiosas.
Hay un mirador en lo alto del pueblo que permite ver la carretera y la costa, toda esta zona es la más bonita para mi del día, con la carretera cortada en la roca y una playa salvaje detrás de cada curva, una imagen muy de la carretera del océano.
Las chicas de información me han dado unos datos y mapas muy buenos -gratis-, así que me meto por una carreterilla cerca del río a buscar koalas, y tengo suerte, ali están los dos primeros koalas que veo en libertad. Subidos a su árbol como peluches, uno muy bajito que se ve estupendamente y con una cara de sueño terrible.
La sorpresa adicional es la cantidad de loros de colores que hay por estos árboles, y como les deben dar de comer a menudo son poco tímidos. Termino con 4 o 5 subidos por encima de mi y la cámara, y alguno me pica los dedos sin piedad. Son verdes, rojos, azules, ...de todos los colores.
Hay muchos chinos en la ruta, me sorprende y me molesta un poco , siempre tan folloneros. Curiosamente no van todos en grupo, también se ven bastante viajando por su cuenta. La amenaza china llegó a las antípodas.
Seguimos por la ruta hasta Apollo Bay, el mismo paisaje y playas, con paradas aquí y allá para disfrutar de la costa. Los pueblos siendo de turismo costero tienen muy poco que ver con el concepto costa del Sol, no se ve nada más alto de tres plantas, y las construcciones o son tradicionales de madera o modernas de cristal y elegantes.
Se pasa por varios parques naturales pero no nos desviamos a ver cascadas, ya vimos bastantes en Tasmania. Si nos acercamos al faro en la zona de Oatky National Park. El bosque es bonito, y nos quedamos más de una hora descubriendo koalas en los árboles, hay casi una docena, uno por árbol, a cual más vago y soñoliento.
Desde aquí el viaje se hace un poco más pesado, aunque el bosque es bonito la carretera se aleja de la costa, y solo de vez en cuando vuelve a ella para descubrir otra playa, otras vistas, otro acantilado.
La parte final es la más famosa y la foto que ya tenía en mi cabeza, los famosos Doce Apóstoles. Aún así sorprende, se ve realmente bonito, no por los apóstoles sino por el conjunto. El mar, los acantilados, el cielo tan alto cambiando de color. Es una formación parecida a las de la Tasman Península. El mar hace cuevas, luego se quedan en arcos, y cuando el arco se rompe se queda en apóstol o pilar de piedra. Curiosamente no son doce, son ocho. No sé si en algún momento han sido más, pero el nombre queda muy comercial.
Más al norte vamos a las Playas de los naufragios, parece ser que aquí ha habido muchos. Esta en concreto se hizo famosa localmente por un naufragio del que sólo dos personas se salvaron y llegaron nadando a esa playa.
La playa es realmente impresionante, cavidades talladas en la roca por el mar, como con estrechos entre los acantilados. Es un gran paisaje para terminar el día y mucho más bello de lo que me esperaba. El cielo tormentoso hace fácil imaginar los naufragios en la zona.
Desde aquí nos volvemos pero antes me paro otra vez en los apóstoles, para disfrutarlos con otra luz.
Y vuelta a Geelong a dormir, al final más de 400 kilómetros hoy, otra vez por la izquierda. Merece la pena. Me ha gustado más de lo esperado y he disfrutando conduciendo tan cerca del mar, y como siempre en una naturaleza australiana que no deja de sorprender.
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