El día desde Ashburton a Dunedin es bastante aburrido, un poco decepcionante con las expectativas tan altas que traigo. Conducir por esta zona del país es aburrido cuando estas intentado avanzar y hay poco que ver, la media con suerte de 70 y poco para entretenerte. Unos 250 kilómetros son casi 4 horas. Y sigo cansado con cambio horario.
Dormí como el oso, así que salgo tarde y hay que hacer algo de intendencia. No llego a la primera parada hasta la hora de comer. Oamaru. Un pueblo con un poco más de historia y al lado del mar.
El puerto tiene el agua curiosamente verde azul y huele muy fuerte a ostras. Las calles históricas son dos o tres, con los edificios del auge de la lana y el comercio. Tiene su encanto. Más la parte del puerto que la de la ciudad. También tienen una curiosa fijación por las bicicletas.
En la ciudad les queda algún edifico antiguo. Opera, hoteles y banco. Por supuesto, monumento a los caídos. En Nueva Zelanda la fijación con las guerras también es relevante, sobre todo la primera, como en Australia. 100.000 alistados en un país de 1 millón de personas en una guerra en Europa.
Tienen un museo curioso dedicado al Steampunk. No sabia ni lo que era. Es una especie de cultura o movimiento que se centra en una especie de ciencia ficción futurista pero como con energía de vapor, un Mad Máx un poco descafeinado. O una trampa para turistas, nunca se sabe.
Nos acercamos hacia el sur por la carretera de la costa, bonita, pero no de locura. Hace un viento que pela. Un poco más adelante paramos en Moeraki, una playa salvaje que también huele a ostras. Hay una especie de rocas redondas gigantes en la arena, como de gigantes jugando a las canicas. Es bonito y curioso, aunque hay bastante gente, hoy todavía es Lunes Santo y fiesta nacional.
Finalmente llegamos a Dunedin, nos quedamos en un air bnb de un cocinero estupendo en la montaña con vistas. Nos da tiempo a explorar un poco la ciudad, es mucho más grande de lo que me imaginaba y también más bonita de lo que esperaba, aunque se agolpan las casas por las colinas.
Tienen una estación de tren estupenda, neogótica flamenca, de piedras de dos colores y columnas de mármol, pero además muy bien conservada por dentro y con trenes antiguos. Casi no hay nadie, sólo algún chino de visita. Es curioso, hasta el pobre de la estación es un chino cantando en chino y al que le dan dinero los chinos!!!!
La ciudad está muerta, todo cierra por festivo, pero sino porque ya son las cinco. Tiene algún edificio más y en teoría la calle más empinada del mundo, menudo récord. También tiene la península de Otago, que es por lo que vengo aquí, pero lo dejo para el día siguiente.
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