sábado, 6 de febrero de 2016

Dumaguete

Hay que irse de Siquijor, una pena, pero me quedan cosas por ver. Salimos en un triciclo hasta el puerto -vamos seis, pero llegan a ir hasta ocho-, sacamos el billete del ferry y esperamos tumbados al lado de la playa, viendo el mar, así da gusto transportarse. Llegamos en un par de horas a Dumaguete,  un ferry mucho más lento con coches, que aquí llaman RORO - Roll in Roll out-, pero bastante más cómodo que el rápido y menos de la mitad de precio, unos dos euros.


Dumaguete es una parada intermedia, de ida y vuelta, esta en la punta sur de la isla de Negros,  la que esta enfrente de Cebú,  bastante montañosa.  Es la zona de Negros que vamos a tocar, aquí vivían los negritos, un grupo étnico curioso, una especie de pigmeos asiáticos. No sé casi nada de ellos, y el museo estaba cerrado, así que tendré que leer.

Nos quedamos en Harold's Mansion, no es una mansión pero es uno de esos sitios para viajeros que tiene de todo, sobre todo una gran terraza para relajarse, tomar algo, hablar con otros viajeros y obtener información. Y en este caso para reencontrarnos con los chicos suizos de Malapascua, Vincenzo el importador de vino, un encanto.

La ciudad es agradable para ser una ciudad filipina,  tiene un mar azul impresionante delante que ayuda mucho, un paseo marítimo cuidado, más aceras de lo que es normal, y es ciudad universitaria,  con  mucha gente joven y unos colegios y facultades elegantes.


El paseo marítimo, como no, se llama Rizal.  Tiene 100 años y eso aquí no es muy normal, no se construyó mucho en esa época que sea memorable. Es agradable por el ambiente local, los grandes árboles que creo son  jacarandas,  la playa donde los niños juegan al fútbol -por primera vez no al baloncesto-, los pescadores, el movimiento de ferries con la vistas sobre Cebú, Negros y Siquijor.

Se ve alguna gente pidiendo pero en general los locales sacan la vida adelante con cualquier tipo de trabajo, los supermercados tienen a cientos de personas trabajando, más que clientes, se vende de todo en la calle, puestos de comidas y de cosas que pueden ser comestibles, vendedores de helados de otro tiempo, con campana y nevera de corcho, escribidoras a máquina me imagino que de impresos y otras formalidades y por supuesto todo tipo de transportes. Y por desgracia otra vez mucha pareja blanco mayor-muy joven local.


Poca historia le queda a la ciudad, una de las cuatro torres de la iglesia construida como fortaleza para alejar a piratas, también hecha de coral como en tantos pueblos de Cebú.  Con la luz es una ciudad por la que se puede andar, con su zona de mar para relajarse y pasar el tiempo, pero tenemos más cosas que hacer y más islas por ver, así que seguimos de largo.


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