Nos ponemos a andar. Había un opción de hacer un trekking circular de dos días pero entre la lluvia y la posibilidad de no encontrar alojamiento entre medias o tener que hacer una segunda etapa muy larga lo dejemos aparcado.
Como estamos en lo alto del pueblo nos ponemos a andar en paralelo, para intentar evitar las subidas y bajadas. El camino no es fácil. Aquí ningún camino es fácil. Pero evitamos los guías, nos fiamos de mi orientación y vamos a nuestro ritmo. Vamos entre la montaña, totalmente verde y tupida. En cuanto salimos a las terrazas la vista es un verdadero espectáculo. La geometría de los estanques y de las minúsculas casas entre medio es perfecta. La montañas del fondo una broma.
Caminar por el hilo de piedra que separa los distintos estanques ya no es tan broma. No es que sea peligroso pero no es nada cómodo, y hay que tener mucho cuidado porque es muy resbaladizo. De vez en cuando es piedra, a veces barro, a veces casi nada. Pero se ve porque terraza hay que andar.
Vamos llegando a distintos miradores hasta que llegamos al más alto de Batad. Otro sitio que hipnotiza, te puedes quedar ahí toda la mañana. Como que te llaman la terrazas y los reflejos de sus piscinas, pero aquí vemos el letrero a Campulo y decidimos ir para allá. Era la parada del trekking circular y le tengo ganas.
Empieza a llover, sin parar. Son algo más de tres kilómetros de rompe piernas, sube y baja de barro y piedra muy resbaladizo. El paisaje ni lo veo. Me caigo varía veces, en mi media, nada grave, arañazos y vergüenza de vez en cuando. Como vamos sin guía de vez en cuando dudamos, pero lo encontramos sin problemas. Se ve poca gente pero siempre lo locales nos ayudan.
Cuando llegamos a Campulo para de llover. Este sobre otras terrazas de arroz en la curva del río. Un río que abre una tremenda grieta entre las montañas. La parte final es larga y dura. El pueblo más bonito de lejos que de cerca. La construcciones son muy pobres, de chapa. Sólo las casas como hórreos, como los leoneses y asturianos, cuadrados, siguen siendo de madera y conservan toda la tradición a su alrededor, utensilios, animales, algo de vida social.
Casas tradicionales que durante días confundí con hórreos de verdad hasta que fuí al museo de Banaue, son muy pequeñas, cuadradas, de madera con techo de palma. Sólo una habitación para dormir. Encima un desván para guardar el arroz en su función hórreo con sus guardianes se madera. La escalera de mano se guarda dentro de la casa. Fuera los animales, la cocina debajo para taparla de la lluvia, y los pequeños útiles y cestas.
En la parte de atrás se ve pasar el río, crecido de montaña, con un puente colgante que se mantiene en precario equilibrio y que une a otros pueblos mucho más arriba. Por aquí se seguiría a Pula, sólo tres kilómetros mas, el plan inicial, pero nos damos la vuelta, ya vamos bastante mojados. Antes comemos algo básico aquí antes de salir. El pueblo no tiene estructura, ni calles, pasas de casa a casa.
La vuelta es mucho mejor, para de llover y escampa, nos secamos y disfrutamos del paisaje de montaña, selva y arrozal. La vida de todos los que nos cruzamos me parece realmente dura, todo lo transportan a hombros por unos caminos en los que apenas caben los pies. Mastican todos nuez de betel, muy roja, como sus dientes, escupiéndola por todas partes.
En la vuelta al mirador conocemos a dos chilenos, muy risueños, Carlos y Carlos. Nos quedamos un buen rato allá arriba. La vista todavía más espectacular, con más luz. Un paisaje inolvidable. Un paisaje atrayente. Cada vez que te paras en un terraza, en un camino, te vuelves a asomar al balcón, te quedas pensando si es real. Demasiado perfecto.
Ya le hemos cogido el truco al pueblo y a la zona, con nuestra cervezas, nuestras pobres comidas, nuestras duchas calientes, y todo con grandes vistas, lo mejor. Ya empezamos a disfrutar Filipinas
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