Vengo al Norte de Luzon, el motivo de venir tan lejos son las Terrazas de arroz de Ifugao, Patrimonio de la humanidad, y en este caso muy merecido. Son más estanques que terrazas, no llegamos en época de arroz verde pero el agua refleja el mundo de manera geométrica. Las de esta zona están hechos de roca, piedra a piedra, con canales de regadío comunicados. Introducidas por los chinos hace miles de años convierte la montaña en obras megalíticas, mantenido y creadas durante siglos.
Hay que pasar la noche en autobús para llegar al norte del país. Llegamos de casualidad a la estación porque el atasco es monumental, más de una hora para menos de 5 km. El autobús no parece tan terrible hasta que los locales empiezan a sacar unos asientos como de broma acoplados a los laterales, vamos cinco por fila. Y hace un frío que pela. Tras diez horitas llegamos poco frescos.
A las 7 de la mañana en Banaue y casi sin dormir me enredo en los típicos timos de zona turística. Te esperan nada más bajar del autobús y te lían, con el precio de los transportes, de los guías, de todo. Llevo tres días en Filipinas y veo poco de la sonrisa filipina y sólo un acoso continuo al viajero. Después de tomarme un chocolate caliente - hace bastante frío, estamos en la Cordillera- se me aclaran las ideas y nos vamos por nuestra cuenta a Batad que será el centro de operaciones.
También en la oficina de turismo me mienten, es una red organizada para expoliar al viajero. Bajamos a la plaza del pueblo que está en plena efervescencia de mercado local y esperamos al jeepney público que sale a las nueve, los triciclos ya nos piden 4 veces menos. Al final son 150 pesos por cabeza, sabemos que para los locales es solo 50, pero está bien. Luego me entero que uno de los turistas que va en el techo ha pagado más de 600, por eso hemos salido tan pronto. Inflación turística.
Batad estaba aislado, sólo se podía llegar a pie, pero este año han asfaltado la última parte así que sólo hay que andar 15 minutos para entrar en el pueblo. El final del aislamiento ¿para bien? No lo sé. La vida aquí hay tenido que ser muy dura, y estas terrazas a lo mejor sin la entrada de dólares se abandonarían, pero le va costa mantener el carácter que tiene hoy en día. Aquí ya me siento mucho mejor y día a día va a mejorar.
La entrada por lo alto del pueblo es realmente espectacular, se conoce como el anfiteatro de Batad, y realmente lo es. Una montaña gigantesca convertido en un escalera gigante. Al fondo una cadena montañosa perfecta, angular, verde. En el fondo casas como horreos metidas en el agua de las terrazas.
El primer día no hacemos nada, estamos muertos, tenemos tiempo y el meteorológico no acompaña así que simplemente lo dejamos pasar, todavía un poco caliente por las ofertas timos iniciales. El guesthouse es un poco cueva, como todas aquí, muy locales muy básicas. Nos mudamos a casa Rita, que al menos puedes comprar ducha de agua caliente. Por todo te cobran aquí, por las toallas, por cargar el móvil, por un palo para el monte y hasta dos euros por un litro de agua!
Y salió el sol, aunque dormí fatal por el medio trancazo que tengo del autobús, nos levantamos con fuerzas para otro paseo. Hay una cascada famosa en el pueblo y nos llevará a otro paisaje distinto, al río, además de darnos la oportunidad de andar por las terrazas del valle, mis terrazas.
Desayunamos con las vistas del anfiteatro y salimos a andar. Intentando economizar subidas y bajadas. Hoy vamos a media altura del anfiteatro pero con la luz del sol, sigue sorprendiendo.
Llegamos al paso elevado por donde empieza el camino a la cascada, es una bajada terrible, desde la montaña al río, sin transición. Las piernas duelen y tiemblan, pero merece la pena, se ve perfectamente la curva del río modelando las montañas.
Cuando parece que no vas a llegar nunca aparece la cascada, es bastante alta, más de 20 metros, cayendo del curso del río, saliendo de la selva, todo alrededor muy verde. Está bien que merezca la pena por la cantidad de paseos que das para ir a ver cascadas ridículas, aquí el conjunto compensa. Le sobran los tenderetes que han montado los locales dentro del río, que terminarán tapando la vistas. Aquí conocemos a Eduardo, un tipo de 60 años que tiene un gran trabajo, ir preparando y revisando circuitos turísticos.
La vuelta es dura y larga. La llegar a la meseta bajamos al llano, para cruzar las terrazas centrales y visita el pueblo e vemos desde el primer día. Es el más bonito. El más genuino. Con todo el suelo de piedra, sus hórreos, sus mujeres asentando arroz, dos iglesias, y sus patos, gallinas y cerdos. Aquí comemos, tan mal como siempre pero muy tranquilos y con San Miguel.
Otra vez la subida final, que se hace durísima, y nos enseña una nueva perspectiva. Pero todo sube a golpe de escalón, muchos entre la propia terrazas como lajas que sobresalen. Un paseo irregular. Llegamos a casa Rita pensando en la ducha caliente. Romeo, el dueño, es un tipo curioso, parece un poco troglodita y sin embargo es casi un bohemio. El montó aquí la primera pensión hace 40 años. Hasta sale en la Lonely Planet. Y es verdad, siempre ríe.
Me he leído un libro de Carvalho, de Vázquez Montalban, La Rosa de Alejandría. Lo tenía en la lista de autores pendientes a probar en el sabático. Me ha entretenido como historia policíaca, con su ambiente de los años 80 y su amor por la cocina, incluso con sus descripciones de lugares de España que llevo en mi cabeza, como Albacete y El Río Mundo. Pero no me gusta como escribe, entre simple y complejo, no me gusta ni en una versión ni otra. Pero bueno, sirve de entretenimiento, es novela policíaca.
Y salió el sol, aunque dormí fatal por el medio trancazo que tengo del autobús, nos levantamos con fuerzas para otro paseo. Hay una cascada famosa en el pueblo y nos llevará a otro paisaje distinto, al río, además de darnos la oportunidad de andar por las terrazas del valle, mis terrazas.
Desayunamos con las vistas del anfiteatro y salimos a andar. Intentando economizar subidas y bajadas. Hoy vamos a media altura del anfiteatro pero con la luz del sol, sigue sorprendiendo.
Llegamos al paso elevado por donde empieza el camino a la cascada, es una bajada terrible, desde la montaña al río, sin transición. Las piernas duelen y tiemblan, pero merece la pena, se ve perfectamente la curva del río modelando las montañas.
Cuando parece que no vas a llegar nunca aparece la cascada, es bastante alta, más de 20 metros, cayendo del curso del río, saliendo de la selva, todo alrededor muy verde. Está bien que merezca la pena por la cantidad de paseos que das para ir a ver cascadas ridículas, aquí el conjunto compensa. Le sobran los tenderetes que han montado los locales dentro del río, que terminarán tapando la vistas. Aquí conocemos a Eduardo, un tipo de 60 años que tiene un gran trabajo, ir preparando y revisando circuitos turísticos.
La vuelta es dura y larga. La llegar a la meseta bajamos al llano, para cruzar las terrazas centrales y visita el pueblo e vemos desde el primer día. Es el más bonito. El más genuino. Con todo el suelo de piedra, sus hórreos, sus mujeres asentando arroz, dos iglesias, y sus patos, gallinas y cerdos. Aquí comemos, tan mal como siempre pero muy tranquilos y con San Miguel.
Otra vez la subida final, que se hace durísima, y nos enseña una nueva perspectiva. Pero todo sube a golpe de escalón, muchos entre la propia terrazas como lajas que sobresalen. Un paseo irregular. Llegamos a casa Rita pensando en la ducha caliente. Romeo, el dueño, es un tipo curioso, parece un poco troglodita y sin embargo es casi un bohemio. El montó aquí la primera pensión hace 40 años. Hasta sale en la Lonely Planet. Y es verdad, siempre ríe.
Me he leído un libro de Carvalho, de Vázquez Montalban, La Rosa de Alejandría. Lo tenía en la lista de autores pendientes a probar en el sabático. Me ha entretenido como historia policíaca, con su ambiente de los años 80 y su amor por la cocina, incluso con sus descripciones de lugares de España que llevo en mi cabeza, como Albacete y El Río Mundo. Pero no me gusta como escribe, entre simple y complejo, no me gusta ni en una versión ni otra. Pero bueno, sirve de entretenimiento, es novela policíaca.
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