Rantepao es un poblacho de estos medios destruidos que se ha convertido en el centro operativo para visitar la zona Toraja. Es poco atractivo pero está céntrico, desde aquí te mueves bien, y tiene donde comer, donde sacar dinero, guías y demás, pero poco en si mismo.
Como estamos agotados de tanto transporte el primer día, después de echar el segundo sueño, nos lo tomamos de descanso. Tenemos suerte, justo al levantarnos e ir a ver el pueblo nos encontramos con un festival Toraja, es sólo un día al año y ha coincidido hoy. Representa en el centro del pueblo todas las tradiciones locales, así que tenemos la suerte de ver todos los vestidos tradicionales, música, bailes y por supuesto la parafernalia de sus celebraciones.
Hay muy poco viajero, es época baja, así que sólo hay locales alrededor, además de que no creo que comunique mucho el evento, no había oído nada de él. Eso si, están todas las autoridades locales, así se explica todas las sirenas y coches de policía que habíamos visto. Políticos. Igual en todos los sitios. Curiosamente el festival lo explican también en inglés pese a los pocos turistas, me imagino que la principal razón es la de atraer más gente, es raro que lo celebren en noviembre.
Lo primero que nos encontramos son los búfalos de agua, lo que mas atrae nuestra atención. Son muy grandes, tienen unos cuernos descomunales, a alguno casi le llegan al suelo. En Toraja es un animal muy preciado, es sólo por motivos culturales ya que no se usan en la agricultura, pero siguen siendo el animal más importante en el sacrificio funeral. Por megafonía nos enteraremos luego de los precios, alguno alcanza el billón de rupias, casi 70.000 euros, una barbaridad en la economía de Sulawesi.
En la cultura Toraja se vive para la muerte. Como en casi toda sociedad lo más importante son las apariencias. La combinación, unida a la tradición, produce unas ceremonias funerales únicas y extraordinarias. Los muertos se conservan en las casas como momificados hasta que se consigue suficiente dinero para celebrar el funeral adecuado e impresionar a la comunidad, a veces varios años. Se invita a miles de personas, se construyen áreas especiales para acomodar a todas estas visitas y se sacrifican cerdos y búfalos, al precio de los búfalos las familias se pueden endeudar para toda una vida.
Los funerales duran 4 días, los primeros días son de recepción de invitados, todo en un ambiente muy festivo, lo más normal es que el difunto haya muerto hace años, el tercer día es el de los grandes sacrificios y el último día se vuelve al luto y la pena y el recuerdo para enterrar al muerto, tras una procesión en andarillas que es bastante festiva hasta la tumba final, normalmente en una cueva o roca.
Todos los locales hoy van vestidos de manera tradicional. Las niñas están muy guapas. Normalmente las nietas y nietos del difunto se visten de manera especial y están toda la ceremonia recibiendo a los invitados, como pajes, a la entrada de la zona ceremonial.
Los chicos, como siempre, andan armando más escándalo, también en sus trajes tradicionales, todos de rayas rojas. Curiosamente como parte del festival sacan a pasear a unas modelos por la solanera, entre los búfalos, los guerreros locales y los chicos que se quedan con la boca abierta, es una curiosa vista.
Hay muchos vestidos tradicionales. Los más espectaculares los de los viejos guerreros que danzan con una especie de capa, unos cuernos de búfalo y llenos de piezas de metal. El traje es muy pesado, la danza casi una letanía. Mucho color.
Los niños y niñas también forman grupos de músicos, con una especie de tubas de distinto tamaño, todo hecho de bambú. No suena mal cuando tocan todos a la vez. Estos grupos son los que tocan la bienvenida a los invitados en las ceremonias. Se están friendo al sol los pobres. Otros van en zancos, iguales que los que usamos en España.
Los Toraja ahora son cristianos, pero mantienen gran parte de su tradición animista. Las danzas y celebraciones para la buena cosecha y las distintas ceremonias se integran ahora con su fe cristiana. Es curioso ver algunas grandes cruces entre la parafernalia ritual. Las danzas parecen bastante básicas, pero unen a todo el pueblo . Algunas parecen como unas grandes sardanas o corro de la patata. Dos o tres músicos marcan el ritmo en el suelo con grandes tambores.
También se ve a los jóvenes llevando los catafalcos en los que se lleva a los muertos a su tumba definitiva. En este caso las usan para llevar a unos pobres cerdos que están más muertos que vivos. Los animales aquí llevan muy buena vida hasta que muere alguien.
Buscamos algo que comer y conseguimos un filete, finalmente, lo iba necesitando. Lo llaman sirloin steak, pero no lo es. Aun así volveremos aquí tres o cuatro a veces. Sabe a gloria. La tarde es para organizar como movernos. He hablado hasta con tres guías, uno un liante, otra la oficial del gobierno (corrupta, que en vez de informar se quiere llevar el negocio), y otro con pinta de buen hombre en el hotel.
Justo en la negociación final conocemos de casualidad a Borja, un gaditano que ha estado trabajando de gerente en un resort en Indonesia y anda por aquí con su madre y una compañera italiana. Conocen a Josep, un español que tiene aquí una agencia desde hace más de diez años y habla indonesio, así que quedamos para que el nos ayude a decidir la opción y el precio. Empieza la aventura Toraja, aquí con un grupo muy heterogéneo pero muy sano.
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