Salimos por la mañana, no pronto, sobre las 9.00. Vamos con Jacob de guía, a Rachid no le iba bien el trato y nos presentó a un amigo suyo. Borja y Aureliana cerraron el trato en poco más de dos millones para los cinco, unos 15 euros por día por cabeza. Jacob se trae un aprendiz, Frans, que nos acompaña todo el camino, nos vendrá bien.
Lo primero es salir a buscar un coche que nos lleve al punto de inicio, damos algunas vueltas y Jacob negocia con un conductor, lo consigue a la primera, difícil no es. Subimos unos 45 minutos por las montañas y entre arrozales. Al dejarnos tan arriba pensamos que va a ser todo el camino bajar, pero no. Error.
Nada más bajar cruzamos una zona donde tienen atados los gallos de pelea, todos muy bonitos, unos alejados de otros con una pata atada a un palo clavada al suelo. Y una de las infinitas mini gasolineras que existen en el país, unos maderos que sostienen unas botellas de gasolina, para las motos, con el precio indicado. Esta es más cara, 10.000 la botella, será por estar mas lejos. Pasamos por un colegio con un montón de niños escandalosos. Jugamos un rato con ellos al takraw, con una pelota de caña, muy ligera. Tocarla es más fácil de lo que me parecía. El juego normal es de tres contra tres, con una red en medio, y eso es ya otro nivel.
La primera parte la hacemos directamente por las terrazas de arroz, andando por los bordes de barro que separan las terrazas. Aquí todavía está verde y sin recoger, las terrazas inundadas, las señoras trabajando en el campo, y los búfalos tendidos por todos los sitios descansando y en sus charcas, necesitan el agua. Toda esta primera parte es muy bonita, mucho más verde de lo esperado, hace mucho que no llueve aquí. Hacemos parada de avituallamiento en un puente de bambú y seguimos camino. El bambú lo vamos a ver todo el tiempo, en grandes manojos de más de diez metros de altura, pero también utilizado para todo, para los puentes grandes y pequeños, para las canalizaciones, para las casas.
Nos metemos en una ruta bastante más aburrida, por un camino forestal que es realmente un pinar, parece un paseo por la sierra o Segovia, y metidos en el camino se ve menos paisaje, eso sí huele deliciosamente a pino. Llegamos a una cuesta bastante pronunciada, nos separamos un poco, a Soledad le cuesta subir. Vamos con un grupo de niños que vuelven de la escuela, me tengo que meter un poco entre medio porque los niños va pegando a las niñas con unas gomas elásticas que les queman las piernas. En cuanto me meto se separan los niños y las niñas, nosotros nos quedamos con las niñas que son encantadoras como siempre, con su diccionario de inglés intentan ir practicando algo y se hacen unas fotos con nosotros. Al final de la cuesta ellas siguen andando a distintos pueblos, nosotros esperamos al resto del grupo.
En seguida paramos a comer en una casa local de madera, recién hecha, con poco encanto, pero local. La comida es muy muy básica, arroz con verduras insulsas, va a ser una constante. Traemos algún snack para coger fuerzas. Después del té y mientras echamos la siesta los pollos se cuelan en la casa y se comen las sobras, nos limpian el suelo donde hemos comido.
Por la tarde el paisaje y el trekking mejora muchísimo, salimos de la senda entre los pinos y empezamos a andar por lo alto de la montaña, el paisaje es bonito pero no parece de Asia, es un bosque de pinos con un valle y un río, pero pronto volvemos a las terrazas de arroz, y sobre todo lo que mas me apetecía ver y hacer, caminar entre los pueblos Toraja de Montaña.
Los pueblos son muy tradicionales, con sus casas Toraja de madera y sus hórreos enfrentados, como si tuvieran como pequeñas plazas, en cada zona una familia o varias, y las plazas comunicadas entre sí. Todo de madera. Todo el suelo de tierra. Los niños jugando, los mayores sentados o atareados alrededor de la casa, las mujeres cocinando, los hombres trabajando la madera.
Los pueblos suelen estar en pequeños altos, con sus propias terrazas de arroz y sus pequeños bosques de bambú, lo único que no pega son las pequeñas iglesias de ladrillo que están construyendo a la entrada de muchos de ellos, no se integran en absoluto, ni en los materiales, ni en la estructura. Pegotes.
Nos quedamos a dormir antes de lo esperado, en un pueblo anterior, Tinapu, somos un poco lentos. El pueblo es genuino, la entrada te da sensación de exploración, en medio de la colina, con sus casas y sus graneros. Los locales nos reciben, nos enseñan la casa donde vamos a dormir, una de las casas tradicionales, y desde aquí vemos la puesta de sol. Paseamos un poco el pueblo y practico un poco mas de fútbol con los niños locales.
Antes de cenar nos tomamos un té con los guías debajo de uno de los hórreos, apoyados contra los pilares, como los notables de la villa. La cena es igual que la comida pero con un poco de pollo y pasta, la mejor de los dos días. La completa un fuet que se ha traído Soledad, se me saltan las lagrimas de la ilusión.
Nos quedamos de sobremesa, el pueblo está muy en silencio. Aunque todo es muy tradicional todos tienen unas antenas parabólicas gigantes en las plazas, así que me imagino que estarán viendo la tele. Los guías se han ido por ahí de fiesta y vuelven un poco contentos, Borja los ha llamado varias veces porque nos iban a traer arak, el aguardiente local de palma. Creo que se lo han bebido por el camino, pero nos traen un licor que brota de las palmeras, de la rama del fruto femenino, como 5 o 6 litros diarios hasta que se extingue la rama, sólo tiene 5 grados y no sabe mal, mucho mejor que el que había probado en Senegal, y con más encanto, éste se recoge en una bambú no en una botella de plástico.
La casa tiene tres habitaciones, dormimos 2,3,2, bastante bien, en un colchón fino. Refresca bastante por la noche pero veníamos preparados, no pasamos frío. Al levantarse a la mañana siguiente las vistas desde la habitación son muy auténticas.
El segundo día el paseo es genial, todo pueblos y pequeños caminos, sobre arrozales y llenos de tradiciones y costumbres. El primer pueblo es Bidung, donde pensábamos dormir, es un poquito más grande y muy bonito, con grandes arrozales a sus pies y todo construcción tradicional. Soledad viene muy castigada de los pies, y aquí nos separamos un rato, ella con Borja irán por un camino más sencillo.
Después de separarnos una local nos viene a preguntar si queremos ver a su abuela muerta, que la tienen en casa. Es tradición enseñarla a los visitantes para que presenten sus respetos. Me asomo con Aureliana. En una casa tradicional tienen una de las habitaciones reservada y arreglada para el difunto. Todo tapizado de rojo, con motivos Toraja y una gran cruz cristiana. El ataúd también rojo, con una ventanita para poder ver el cuerpo. Yo no me asomo. Por lo visto esta muy bien conservada. Lleva un año ya muerta, la celebración será el próximo agosto. Aquí cada funeral es un proyecto.
Subimos una colina, toda llena de tumbas en la piedra. En los altos y cerca de las tumbas se ven muchos catafalcos de los que se usan para llevar en procesión el féretro el día del funeral, son de madera tallada y pintada, y solo se usan una vez, luego quedan en las tumbas como parte de la ceremonia.
Borja y Soledad se nos incorporan en otro pueblo, ya no conoceré ningún nombre de aldea más, son todas muy pequeñas. Por aquí vemos las terrazas de arroz más bonitas, verdes y espectaculares, con sus piscinas centrales para criar peces, y con sus búfalos cada vez más gordos. Ya no se utilizan para el trabajo, así que su única labor es la de servir en los sacrificios, hasta entonces llevan una gran vida.
Seguimos cruzando pueblos, cada vez más bonitos y originales, no te cansas de ver estas construcciones tan llamativas. En una de las aldeas están preparando las estructuras de bambú para un gran funeral, sacrificaran 50 búfalos, estamos invitados para el 7 de enero. Algunas casas deben de tener un centenar de cornamentas, son de las ceremonias, el prestigio de las familias.
Nos volvemos a separar otro rato de los demás, subimos unas cuestas muy empinadas, nos seguimos encontrando niños que vienen del colegio, mas niñas encantadadoras. Los niños juegan con todo, búfalos incluidos. El camino al colegio los mantiene en forma.
En un pequeño pueblo hemos encontrado una tienda, la única, tiene cerveza fría, pero por esta vez prefiero coca cola por el azúcar, las piernas ya se van resintiendo. Descansamos en el hórreo y veo a la gente pasar. Las mujeres llevan los mismos cestos que en Birmania, trenzados de paja, y con una cuerda sobre la frente llevan toda la carga con el cuello y cabeza. Los hombres están construyendo una casa completamente entera en la aldea, todo trabajando juntos la madera, con cinceles y mazos de madera.
Por el camino se ven bastantes plantas de café, están en flor, flores blancas en algunos pueblos las están secando al sol. También secan al sol una especie de setas. También se ve bastante cacao, no se convierte aquí en chocolate , se vende fuera, principalmente a Java. El rey es el arroz, también puesto a secar en ramilletes. Se seca durante dos días, luego se muele en unos recipientes tradicionales para separar el grano de la cáscara, luego se aventa en unas cestas para terminar de filtrarlo. Es la base de la cultura y de la alimentación. También vemos cómo se obtiene el licor de la palma.
Los pies de Soledad van al máximo así que después de varias paradas y cambio de zapatos nos paramos a comer en una casa local. La misma dieta, pero una gran parada. Comemos en la terraza de madera, la cocina también está dentro de la casa. Tienen al menos diez niños, todos muy sonriente y de grandes ojos negros, un poco rasgados. Tomamos el café local y nos echamos una pequeña siesta.
Nos queda el pedazo final, más terrazas de arroz, más pueblo, y sobre todo más cuestas. No habremos andado demasiada distancia, pero el camino tampoco es fácil, unas cinco horas diarias, y muchas paradas que relajan, disfrutas, pero rompen el ritmo. No se puede tener todo. Después de la última cuesta llegamos a Salu, allí, una aldea igual de pequeña, hay una pequeña furgoneta pública a la que nos subimos. Tras 45 minutos de bajada nos deja en Rantepao. Ha sido un lujo de día.
Venimos cansados, nos relajamos un poquito en el hotel y cenamos al final algo que no es arroz y verdura. Nos despedimos del trío gaditano, toledano, italiano. Da un poco de pena, pero es sobre todo más gente interesante que conoces, e incluso a lo mejor mantienes. Ellos van hacia Manado, nosotros nos quedamos un poquito más.


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